La profesión de abogado
El papá de García Márquez quería que su hijo estudiara para abogado. Por complacerlo se matriculó en la Universidad Nacional y, en el segundo año, después de asistir a las clases de Constitucional (el profesor era López Michelsen) y de Civil, se retiró porque quería ser escritor. Su padre, enfurecido, le contestó: “Entonces comerás papel”.
También el padre de Jorge Federico Haendel deseaba que su hijo fuera abogado y que no perdiera el tiempo con la música. Soñaba con hablar de “mi hijo, el abogado”. Pero el talento musical hizo que se torciera con el Derecho, tanto que cuando tenía siete años los amigos de su padre le pidieron que lo dejara seguir con la música. A los 11 ya tocaba el oboe, el violín, el órgano y el clavicordio. Definitivamente, le sonó la flauta.
Si García Márquez hubiera sido abogado, de pronto no habría llegado ni a magistrado de tribunal, y el mundo, en el caso de Haendel, no habría escuchado jamás el Mesías.
El jurista español Ángel Ossorio y Gallardo, al analizar el problema de la Abogacía en su país, dijo: “En España todo el mundo es abogado, mientras no se pruebe lo contrario”. Y Pío Baroja puso en boca de uno de sus personajes esta frase: “Ya que no sirves para nada, estudia para abogado”.
Pero los abogados no son tan malos como los pintan. Claro que afortunadamente para la religión católica los mandamientos los hizo Moisés. De haberlos hecho un abogado, habría elaborado un código y más de un jurista los habría demandado, porque amar a Dios sobre todas las cosas es una norma que va en contra del libre desarrollo de la personalidad.
La verdad es que no hay muchos abogados, lo que pasa es que gran cantidad de personas se las dan de tales. Existen no solo los tinterillos que con corbata, chaleco y gabardina se creen y se hacen llamar doctores en los pasillos de los juzgados; hay también ingenieros y arquitectos que posan de especialistas en contratación administrativa. Más de uno, por esas poses, resultó consejero de Odebrecht y hoy busca un paraíso, así sea fiscal.
Si no fuera por los abogados, Colombia no sería un Estado de derecho, con Constitución, leyes y decretos. Por eso, con gran espíritu patriótico, hay que celebrar anualmente el Día del Abogado. Y recuerden que la ignorancia de la ley no exime al abogado de cobrar honorarios.